sábado, 17 de octubre de 2015

POEMA: BARRACAS DEL PLATA EN COLONIA de Alfonsina Storni



Barrancas del Plata en Colonia
de Alfonsina Stoni

Redoble en verde de tambor los sapos
y altos los candelabros mortecinos
de los cardos me escoltan con el agua
que un sol esmerilado carga al hombro.

El sol me dobla en una larga torre
que va conmigo por la tarde agreste
y el paisaje se cae y se levanta
en la falda y el filo de las lomas.

Algo contarme quiere aquel hinojo
que me golpea la olvidada pierna,
máquina de marchar que el viento empuja.

Y el cielo rompe dique de morados
que inundan agua y tierra; y sobrenada
la arboladura negra de los pinos.



De: Mascarilla y trébol




Nació el 29 de Mayo de 1892 y falleció el 25 de Octubre de 1938. La familia Storni -el padre de Alfonsina y varios hermanos mayores- llegó a la provincia de San Juan desde Lugano, Suiza, en 1880. Fundaron una pequeña empresa familiar, y años después, las botellas de cerveza etiquetadas «Cerveza Los Alpes, de Storni y Cía», circulan por toda la región. Los padres de Alfonsina viajaron a Suiza en el año 1891, junto con sus dos pequeños hijos. En 1892, el 29 de mayo, nació en Sala Capriasca Alfonsina, la tercera hija del matrimonio Storni. Llevó el nombre del padre, de un padre melancólico y raro. Más tarde le diría a su amigo Fermín Estrella Gutiérrez: «me llamaron Alfonsina, que quiere decir dispuesta a todo».

Alfonsina aprendió a hablar en italiano, y en 1896 vuelven a San Juan, de donde son sus primeros recuerdos. En 1907 llega a Rosario la compañía de Manuel Cordero, un director de teatro que recorría las provincias. Alfonsina reemplaza a una actriz que se enferma. Esto la decide a proponerle a su madre que le permita convertirse en actriz y viajar con la compañía. Recorre Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Santiago del Estero y Tucumán. Después dirá que representó Espectros, de Ibsen, La loca de la casa, de Pérez Galdós, y Los muertos, de Florencio Sánchez.

Poeta en Buenos Aires

Su primer libro, La inquietud del rosal, publicado con grandes dificultades económicas, apareció en 1916. En un homenaje al novelista Manuel Gálvez, por primera vez en Buenos Aires, en esta clase de reuniones, aparece Alfonsina recitando con aplomo sus propios versos. En junio de 1916, aparece en Mundo Argentino un poema titulado «Versos otoñales». Aunque los versos son apenas aceptables, sorprende su capacidad de mirarse por dentro, que por entonces no era común en los poetas de su generación.
Comienzan sus visitas a la ciudad de Montevideo, donde hasta su muerte frecuentará amigos uruguayos. Juana de Ibarbourou lo contó años después de la muerte de la poetisa argentina: «En 1920 vino Alfonsina por primera vez a Montevideo. Era joven y parecía alegre; por lo menos su conversación era chispeante, a veces muy aguda, a veces también sarcástica. Levantó una ola de admiración y simpatía… Un núcleo de lo más granado de la sociedad y de la gente intelectual la rodeó siguiéndola por todos lados. Alfonsina, en ese momento, pudo sentirse un poco reina».

La amistad de Quiroga, el escritor de la selva

En 1922, Alfonsina ya frecuentaba la casa del pintor Emilio Centurión, de donde surgiría posteriormente el grupo Anaconda. Allí conoció, seguramente, al escritor uruguayo Horacio Quiroga, que había llegado de su refugio en San Ignacio, Misiones, durante el año 1916. Su personalidad debió atraer a Alfonsina. Un hombre marcado por el destino, perseguido por los suicidios de seres queridos, que, además, se había atrevido a exiliarse en Misiones, e intentado allí forjar un paraíso. En 1922, era ya el autor de sus libros más importantes, Cuentos de la selva, Anaconda, El desierto. Vivía modestamente de sus colaboraciones en diarios y revistas y desempeñó un papel protagónico en el intento de profesionalizar la escritura. Alfonsina había publicado sus libros Irremediablemente (1919) y Languidez (1920).

Un nuevo camino para la poesía

En el año 1923, la revista Nosotros, que lideraba la difusión de la nueva literatura argentina, y con hábil manejo formaba la opinión de los lectores, publicó una encuesta, dirigida a los que constituyen «la nueva generación literaria». La pregunta está formulada sencillamente: «¿Cuáles son los tres o cuatro poetas nuestros, mayores de treinta años, que usted respeta más?».

Alfonsina Storni tenía en ese entonces treinta y un años recién cumplidos, es decir, que apenas bordeaba la cifra exigida para constituirse en «maestro de la nueva generación». Su libro Languidez, de 1920, había merecido el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura, lo que la colocaba muy por encima de sus pares. Muchas de las respuestas a la encuesta de Nosotros coinciden en uno de los nombres: Alfonsina Storni.

Mil novecientos veinticinco fue el año de la publicación de Ocre, un libro que marca un cambio decisivo en su poesía. Desde hace dos años es profesora de Lectura y declamación en la Escuela Normal de Lenguas Vivas, y su postura como escritora está absolutamente afianzada entre el público y sus iguales. Por aquella época muere José Ingenieros, y esto la deja un poco más sola.

Hasta la casa de la calle Cuba llega una tarde la chilena Gabriela Mistral. El encuentro debió ser importante para la chilena, ya que publicó su relato ese año en El Mercurio. Llamó por teléfono a Alfonsina antes de ir, y le impresionó gratamente su voz, pero le habían dicho que era fea y entonces esperaba una cara que no congeniara con la voz. Por eso cuando la puerta se abre pregunta por Alfonsina, porque la imagen contradice a la advertencia. «Extraordinaria la cabeza, recuerda, pero no por rasgos ingratos, sino por un cabello enteramente plateado, que hace el marco de un rostro de veinticinco años». Insiste: «Cabello más hermoso no he visto, es extraño como lo fuera la luz de la luna a mediodía. Era dorado, y alguna dulzura rubia quedaba todavía en los gajos blancos. El ojo azul, la empinada nariz francesa, muy graciosa, y la piel rosada, le dan alguna cosa infantil que desmiente la conversación sagaz y de mujer madura». La chilena queda impresionada por su sencillez, por su sobriedad, por su escasa manifestación de emotividad, por su profundidad sin trascendentalismos. Y sobretodo por su información, propia de una mujer de gran ciudad, «que ha pasado tocándolo todo e incorporándoselo» (1).

El 20 de marzo de 1927 se estrena su obra de teatro, que despertaba las expectativas del público y de la crítica. El día del estreno asistió el presidente Alvear con su esposa, Regina Pacini. 


Años de equilibrio

Alfonsina intervino en la creación de la Sociedad Argentina de Escritores. En 1928 viajó a España en compañía de la actriz Blanca de la Vega, y repitió su viaje en 1931, en compañía de su hijo. Allí conoció a otras mujeres escritoras, y la poeta Concha Méndez le dedica algunos poemas. En 1932, publicó sus Dos farsas pirotécnicas: Cimbelina y Polixene y la cocinerita. Está tranquila, colabora en el diario Crítica y en La Nación; sus clases de teatro son la rutina diaria, y su rostro empieza a cambiar. Las canas cubren su cabeza y le dan un aire diferente.

En la Peña del café Tortoni conoció a Federico García Lorca, durante la permanencia del poeta en Buenos Aires entre octubre de 1933 y febrero de 1934. Le dedicó un poema, «Retrato de García Lorca», publicado luego en Mundo de siete pozos (1934). Allí dice: «Irrumpe un griego /por sus ojos distantes (…). Salta su garganta /hacia afuera /pidiendo /la navaja lunada /aguas filosas (…). Dejad volar la cabeza, /la cabeza sola /herida de hondas marinas /negras…».

El 20 de mayo de 1935 Alfonsina fue operada de un cáncer de mama.

En 1936 se suicida Horacio Quiroga y ella le dedicó un poema de versos conmovedores y que presagian su propio final:

El final

El veintiséis de enero de 1938, en Colonia, Uruguay, Alfonsina recibe una invitación importante. El Ministerio de Instrucción Pública ha organizado un acto que reunirá a las tres grandes poetisas americanas del momento, en una reunión sin precedentes: Alfonsina, Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral. La invitación pide «que haga en público la confesión de su forma y manera de crear». Tiene que prepararse en un día y, llena de entusiasmo, escribe su conferencia sobre una valija que ha puesto en las rodillas. Divertida, encuentra un título que le parece muy adecuado: «Entre un par de maletas a medio abrir y las mancillas del reloj».

Hacia mitad de año apareció Mascarilla y trébol y una Antología poética con sus poemas preferidos. Los meses que siguen fueron de incertidumbre y temor por la renuencia de la enfermedad. El 23 de octubre viajó a Mar del Plata y hacia la una de la madrugada del martes veinticinco Alfonsina abandonó su habitación y se dirigió al mar. Esa mañana, dos obreros descubrieron el cadáver en la playa. A la tarde, los diarios titulaban sus ediciones con la noticia: «Ha muerto trágicamente Alfonsina Storni, gran poetisa de América». A su entierro asistieron los escritores y artistas Enrique Larreta, Ricardo Rojas, Enrique Banchs, Arturo Capdevila, Manuel Gálvez, Baldomero Fernández Moreno, Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, Alejandro Sirio, Augusto Riganelli, Carlos Obligado, Atilio Chiappori, Horacio Rega Molina, Pedro M. Obligado, Amado Villar, Leopoldo Marechal, Centurión, Pascual de Rogatis, López Buchardo.

miércoles, 7 de octubre de 2015

CUENTO: TEATRO II

Teatro II
de Alejandro Dolina

El director Enrique Argenti estaba convencido de que la finalidad principal del arte era la sorpresa. Buscando el asombro general, su compañía realizó experiencias muy curiosas.
La primera de ellas fue el Teatro a Oscuras. Algunos historiadores sostienen que esta genial ocurrencia fue absolutamente casual y tuvo su origen en un corte de luz que se produjo mientras se representaba la obra Esquina Peligrosa.
Sea como fuere, la compañía de Argenti empezó a trabajar sin luces. Desde el escenario surgían voces y cada espectador imaginaba caras y acciones según su propia fantasía.
Las ventajas de este método de trabajo son innegables. Siempre es mejor lo imaginado que lo que realmente se ve. Por eso no nos sorprende enterarnos de que, en 1960, la compañía obtuvo un premio a la mejor escenografía en su versión de Macbeth. Un año después el teatro fue multado a causa de un audaz desnudo en Se necesita un hombre con cara de infeliz.
Siempre desde las tinieblas, Argenti dirigió también óperas y espectáculos de danza.
El lago de los cisnes fue calificada por los críticos como "la más fantástica interpretación jamás vista", lo cual era rigurosamente cierto.
Sin embargo, algunos enemigos de Argenti lo acusaron de engañar al público. Con toda malicia, sospechaban que el director se limitaba a poner un disco y que no existían en realidad bailarines ni decorados. Los más severos llegaron a afirmar que Argenti ni siquiera se molestaba en levantar el telón. Nada de esto fue demostrado jamás.
Los recursos de este creador no se agotaban en la oscuridad. En 1965 sorprendió a todos con su obra El intervalo. Intentaremos un breve resumen.
El público se instala en las butacas. Se levanta el telón y durante algo menos de tres minutos se desarrollan unos diálogos insustanciales. Baja el telón y la gente sale al pasillo a fumar.
Allí, inesperadamente, uno de los carameleros estrangula a un acomodador y hace saber a voz en cuello que se trataba del amante de su mujer. Intervienen el boletero y la chica del guardarropas. Entre todos van dando a conocer un drama complicadísimo. En cierto momento, la chicharra anuncia que ha terminado el intervalo. El público pasa a la sala. Allí tiene lugar otro acto de dos minutos y luego se invita a la gente a un segundo intervalo.
En definitiva, la obra transcurre en el pasillo y finaliza con la muerte del caramelero.
Los espectadores no siempre supieron captar esta sutileza, especialmente aquellos que, por no ser fumadores, permanecían en sus butacas durante los sabrosos entreactos.
En un intento por complacer a los sectores populares, Enrique Argenti organizó representaciones en las que se accedía a los pedidos del público. Al comenzar la función, los actores enfrentaban a la concurrencia y escuchaban sus solicitudes.
—¡Romeo y Julieta!
—¡Más allá del invierno!
—¡El rosal de las ruinas!
Luego de un pequeño cambio de opiniones, la compañía se decidía por alguna de las obras y la representaba. Muchas veces, esto ocasionaba el descontento de los espectadores no complacidos, pero jamás hubo problemas demasiado graves.
Los enemigos de Argenti, siempre suspicaces, creyeron notar que siempre se representaba la misma obra (Barranca abajo) y que entre quienes la solicitaban desde la platea no costaba nada reconocer a algunos personajes secundarios de la pieza.
Como tantos artistas que se proponen únicamente el sobresalto, Enrique Argenti fue víctima de su propia perseverancia. La sorpresa constante no sorprende.
 
Alejandro Dolina nació en Baigorrita y se crió en Caseros. Ha publicado cuentos y notas en diferentes revistas. Desde 1985 ha conducido programas de radio y televisión.Ha compuesto numerosas canciones y ha integrado distintos grupos musicales como director y arreglador. En 1988 publicó su primer libro, “Crónicas del Ángel Gris”. Es autor también de las comedias musicales “El barrio del Ángel Gris”, que obtuvo el premio Argentores en 1990; y “Teatro de Medianoche”, que protagonizó él mismo como actor y cantante. En 1998 grabó su opereta “Lo que me costó el amor de Laura”. En esa grabación representaron los papeles de la obra Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa, Ernesto Sábato, Les Luthiers, Horacio Ferrer, Sandro, Julia Zenko, Juan Carlos Baglietto y muchos otros artistas, acompañados por la Orquesta Sinfónica Nacional. En 2000 fue llevada al teatro y obtuvo el premio Argentores a la mejor obra del año. En 1999 editó “El libro del fantasma”. Y en 2002, una recopilación de historias musicales escritas para la radio bajo el título de “Radiocine”. Durante el año 2003 realizó el ciclo televisivo “Bar del infierno”, con relatos, tangos y canciones compuestas especialmente para el programa. En el 2010 realizó, para Canal Encuentro y bajo la dirección de Juan José Campanella, una serie de trece capítulos que fue ternada para los premios Martín Fierro. En 2004 se editó el disco “Tangos del Bar del Infierno” y se representó el espectáculo teatral “Bar del Infierno” -a partir de la misma temática- en toda la Argentina, en Montevideo, en Sevilla, en Madrid y en Granada. Este espectáculo formó parte del 6º Festival Internacional del Tango de Buenos Aires, del cual Dolina fue padrino. Su programa de radio “La venganza será terrible” se mantiene desde hace veinte años al frente de las mediciones de audiencia de la medianoche. Alejandro Dolina es Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, distinción que le fue otorgada en 2001. Asimismo, en 2003 fue declarado Visitante Ilustre de la ciudad de Montevideo, Uruguay. Ha obtenido, además, distinciones tales como el premio Martín Fierro –en siete oportunidades-, el premio Coral del Festival cinematográfico de La Habana, el premio Argentores a la trayectoria, el premio Sadaic en 1997 y numerosos galardones por su labor radial, literaria y musical. Es también profesor honorario de la Universidad CAECE. Ha cantado y formado dúos o grupos musicales con Héctor Stamponi, Virgilio Expósito, Osvaldo Tarantino, Sebastián Piana, Lolita Torres, Nelly Omar, Suma Paz, Antonio Agri, la Orquesta del Tango de Buenos Aires, la Orquesta Juan de Dios Filiberto, José Luis Castiñeira de Dios, el cuarteto Zupay, los Huanca Hua, Horacio Molina, entre otros.En el cine, en el teatro, en la televisión y en la radio actuaron junto a él y representaron sus obras figuras como Alfredo Alcón, Julio Bocca, China Zorrilla, Jairo, Tincho Zabala, Lito Cruz, Lorenzo Quinteros, Esther Goris, Diego Maradona, Jorge Luz, Cecilia Milone, Gogó Andreu, José Ángel Trelles, Víctor Heredia, Guillermo Fernández, etc. Fue el más joven de los miembros fundadores de la Academia Nacional del Tango, en 1990. Ha dado charlas y conferencias en infinidad de foros académicos y culturales. Su presentación en la Feria del Libro de Buenos Aires convoca cada año a miles de personas. En 2004 su conferencia fue la de mayor asistencia en toda la historia de la Feria del Libro. En el 2005 publicó “Bar del Infierno” y en marzo de 2012 publicó su cuarto libro y primer novela CARTAS MARCADAS, ambos libros bajo el sello de editorial Planeta. Cartas Marcadas fue elegida por los lectores de la Feria del Libro de la Ciudad de Buenos Aires, la mejor Novela del año.
 

POEMA: RIMA LXXIII

Rima LXXIII
de Gustavo Adolfo Becquer

Cerraron sus ojos,
que aun tenía abiertos;
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

La luz, que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

Despertaba el día
y a su albor primero,
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterios,
de luz y tinieblas,
medité un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

De la casa, en hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.

Al dar de las ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos;
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron
y el santo recinto
quedose deserto.

De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba...
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.

Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapáronle luego,
y con un saludo
despidiose el duelo.

La piqueta al hombro,
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
reinaba el silencio;
perdido en las sombras,
medité un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero
de la pobre niña
a solas me acuerdo.

Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo,
del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos!...

¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es vil materia,
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
que al par nos infunde
repugnancia y duelo,
al dejar tan tristes,
tan solos los muertos! 

Portrait of Gustavo Adolfo Bécquer, by his brother Valeriano (1862).jpg 
 
Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida ( Sevilla, 17 de febrero de 1836 - Madrid, 22 de diciembre de 1870), más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer, fue poeta y narrador perteneciente al movimiento del Romanticismo. Por ser un romántico tardío, ha sido asociado igualmente con el movimiento posromántico. Aunque en vida ya alcanzó cierta fama, solo después de su muerte y tras la publicación del conjunto de sus escritos alcanzó el prestigio que hoy se le reconoce.

Su obra más célebre son las Rimas y Leyendas. Los poemas e historias incluidos en esta colección son esenciales para el estudio de la literatura hispana, sobre la que ejercieron posteriormente una gran influencia.